Orígenes y primeros años
Nació en la localidad salmantina de Béjar el 21 de septiembre de 1884, en el seno de una familia de canteros, por lo que estuvo desde niño en contacto directo con la piedra.
Tras un tormentoso matrimonio con Petra Téllez se traslada a Salamanca en 1906, donde consigue, probablemente por la intervención de Miguel de Unamuno, una beca de la Diputación de Salamanca para estudiar en la Escuela Nacional de Bellas Artes. En el curso académico 1906-1907 se matricula en la asignatura de Dibujo y Modelaje del antiguo. No se matriculó en el curso siguiente pero permanece en Madrid, ya que el 30 de abril de 1908, al inaugurarse la Exposición Nacional de Bellas Artes, Mateo Hernández en Sección de Escultura expone un autorretrato y tres retratos, teniendo su domicilio en la calle de los Estudios, núm.10.
Regresa a Salamanca donde permanece hasta finales de 1909 o primeros de 1910 que marcha a París. A su llegada a la capital de Francia, sin saber francés, se pierde. No sabía que hacer. Encuentra trabajo en una obra, y como tallaba bien la piedra, comenzó a ganar para vivir. Cuando Mateo Hernández marcha a París, en su pequeño equipaje lleva una carta de Miguel de Unamuno para Rubén Darío, al cual visita en la calle Herschel y en 1912 le hizo un busto en yeso por lo barato de la materia prima.
El 15 de mayo de 1912, Mateo Hernández tropieza con una joven francesa de dieciocho años, Fernande Carton Millet, diez años menor que él. Ella era una estudiante de magisterio, él un bohemio, mejor dicho un hombre solitario que consagra toda su vida a la creación del arte. Mateo y Fernande, desde aquel día, no volvieron a separarse hasta la muerte del escultor, salvo un paréntesis de catorce meses, que el picapedrero bejarano volvió a Salamanca.
Etapa parisina
En París entra en contacto con la bohemia y comienza a trabajar la talla directa en bloques de piedra. Su tema preferido son los animales, dada su especial psicología para su trato con ellos y también dadas sus dificultades económicas para conseguir otros modelos.
En 1920 en el Salón de Otoño de París consigue llamar la atención con varias de sus obras. Su Pantera es vendida al Barón de Rothschild por 60.000 francos -un precio desorbitado para la época-, lo que le abre la puerta de la fama y el reconocimiento.
Comienza así un período en el que el artista va a poder trabajar con mayor desahogo económico y confianza. A finales de 1923 adquiere un bloque de diorita de dos metros de largo y durante más de dos años trabaja sobre una de sus obras más conocidas, La pantera de Java , después llamada Pantera Kerrigan, que se encuentra actualmente en el Metropolitan de New York aunque no expuesta al público. La obra se expondrá en la Exposición Internacional de Artes Decorativas de París del año 1925. Con ella consigue el Gran Premio de Escultura y su consolidación como escultor.
En torno a los años de la Exposición Internacional de 1925, realiza extraordinaria esculturas como La grulla coronada, expuesta en el Museo de Béjar o El águila real (esquisto), o bustos: Eugenio Pérez de Tudela y Miguel Ángel Asturias.
Poco o nada conocido en España, en 1927 la Sociedad de Amigos del Arte organiza una exposición de obras de Mateo Hernández, que se celebra del 15 de enero al 6 de febrero. Mateo envió a Madrid 37 obras, entre ellas la famosa «Pantera de Java». S.A.R. la Infanta Doña Isabel inaugura la exposición a las once de la mañana y por tarde, en privado, la visita el Rey Alfonso XIII, como así también lo hicieron en días sucesivos la Reina Doña Victoria y otros miembros de la Familia Real. A la entrada, que era gratuita, se repartía, también gratuitamente, el catálogo de la Exposición prologado por Antonio Méndez Casal.
Artista consagrado
Desde el año 1928, en que se instala en Meudon, hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, transcurren unos años caracterizados por su consagración definitiva como escultor. En la extensa finca de Meudon, el escultor va a realizar las obras de mayor tamaño, la escultura monumental que durante años había estado soñando.
El Museo de Artes Decorativas le dedica una exposición, entre febrero y marzo del año 28, que supone el reconocimiento oficial a su obra, que se verá sancionado con la concesión en 1930, por el presidente de la República Francesa, de la Legión de Honor. La exposición, que raramente se dedicaba a un artista no nacido en Francia, lograba unir gran variedad de obras. El catálogo lo prologó René-Jean (consultar también la página en francés René-Jean), crítico de arte que siguió su obra desde sus primeras exposiciones. Años más tarde, con la exposición realizada en Nueva York, su obra adquiere resonancia universal.
En la II Guerra Mundial la actividad artística se vuelva a paralizar. Van transcurriendo los años y su salud empieza a resentirse. En contra del dictamen de los médicos, sigue trabajando en obras que requieren gran esfuerzo, como Osa y osezno que presentará en la exposición realizada en Otoño de 1949 recibiendo el Premio de Honor.
El legado y el Museo
Sin embargo, había donado al Estado español una amplia colección de esculturas de su última época y algunas anteriores que había ido recuperando en los últimos años. En el conjunto destacan La Bañista, una de sus obras maestras, y su monumental El escultor sentado.
Aunque en un principio las obras se habían destinado al actual Museo Reina Sofía, finalmente el Estado las cede en depósito a la ciudad de Béjar, donde se exhibe medio centenar de piezas en el Museo Mateo Hernández situado en el antiguo Hospital de San Gil.
Curiosidades: En Salamanca, un instituto de educación segundaria lleva su nombre.